Patricia Málaga

Sería más fácil escribir un libro sobre esta historia que tratar de resumirla en un par de páginas, pues cada momento fue inmenso e increíble, lleno de magia o, como algún día me dijo Leoni mirándome a los ojos fijamente, esto no es magia: es medicina.
Terminaba agosto y un día de pronto sentí que estaba embarazada, todo calzaba perfectamente y luego de dos embarazos casi no había dudas. Habría tenido 5 días de gestación.
Un par de días después, al ir al baño, encontré sangre muy fresca y roja. Inmediatamente me dije: Sí, estaba embarazada… estaba, y yo no estoy. Fui a hacerme una ecografía y los resultados confirmaban lo que yo pensaba: “muerte fetal intrauterina”. Este doctor, me pidió que me practique un raspado dentro del útero de inmediato.
Salí de su consultorio muy triste, deprimida. No me había pasado esto antes y he tenido 2 embarazos muy sanos. Me invadían los pensamientos sobre quien habría sido, si era hombre o mujer, porque ya era alguien, yo creo totalmente en eso. Mientras seguía caminando hacia el consultorio del ginecólogo, me comuniqué con Leoni y le conté lo que me había pasado. Un par de años antes, ella había recibido a Lucio, mi segundo hijo, en mi propia casa y cama, rodeada de mi familia, en un parto que siempre recordaré como el mejor de mi vida, habiendo sido todos muy especiales.
Rápidamente ella me dijo que vaya a su consultorio y así fue, al instante siguiente estaba yo y Piero, mi esposo, sentados frente a ella.
Revisó los resultados y leyó la conclusión del ecógrafo: “Muerte fetal intrauterina”.
Entonces, lo primero que me dijo fue que yo era una mujer sana y fuerte y que dejara a mi cuerpo la primera opción de que por sí sólo expulsara cualquier residuo que hubiera podido quedar, que le diera diez días y luego veríamos que pasaba. Si mi cuerpo no reaccionaba como debía, entonces el lavado vaginal se habría de practicar, pero me encantó eso de darle a mi cuerpo una oportunidad.
Salí de su consultorio con una lista escrita a mano de lo que debía hacer en esos días: baños de asiento, unos masajes que yo misma debía practicarme y unos mates. El primer día hice todo pero después, la pena que aún me invadía, me deprimió y no seguí su tratamiento al 100%.
A los diez días nos juntamos de nuevo e insistió en acompañarme al ecógrafo para hacerme otra ecografía y revisar como andaba el útero. Y fuimos.
Ahí estaba yo echada en esta camilla, con un monitor blanco y negro frente mío y con este gel helado sobre la pansa, cuando de pronto vi a Leoni acercase al monitor cada vez más, incluso recuerdo haber visto su rostro prácticamente pegado a la pantalla y en su cara se dibujaba una sonrisa de increíble felicidad y desconcierto a la vez, yo no entendía nada, pero una energía positiva me invadió y con algo de gracia le pregunté: que pasa, que ves?
Sólo recuerdo haber escuchado: Tu wawa….. tu wawa esta ahí !
Es difícil describir este momento sin que ahora mis ojos se llenen de emoción y sin que los pelos de mi piel se vuelvan a erizar, tal cual sucedió ese día.
Grité, grité de emoción y salí con ella del consultorio, caminamos hasta el parque del frente, sin hablar, hasta que encontramos un lugar para sentarnos. A mí me temblaban las piernas. No emitía sonido, pero ella sí y me dijo:
Tu wawa está ahí, pero tienes un hematoma grande que vamos a reabsorber. Ahora, tienes un par de horas para organizar tu vida en las próximas semanas, pues lo principal es no moverte.
Tomamos un taxi de la calle y fuimos hacia mi casa, me ayudó a organizar mi cuarto, a prácticamente convertirlo en una especie de oficina temporal y ahí me dejó, en mi cama, con vitaminas E a montones, una jarra de mate de muña fresca y tinturas de yawarchonca, una tintura que ella misma había preparado de esta planta, cuya traducción al español es: chupa sangre.
Ahora sí que no me faltaban los estímulos para seguir al pie de la letra todo lo que me había dicho que haga y que no haga. Y echada en la cama me pasé tres semanas y luego tres semanas más.
Llegó el día, y fuimos nuevamente al ecógrafo. Y ahí estaba yo otra vez, acompañada de Leoni, echada en la camilla, con el monitor al frente y el gel helado en la pansa. Se iluminó la pantalla, y lo que antes era un puntito de luz rodeado de una gran mancha negra, era ahora una bolsita que envolvía a un embrión bien definido, rodeado por un espacio despejado y absolutamente limpio.
La felicidad me invadió y con un toque de lágrimas en los ojos le dije: Leo, esto es magia. Ella voltió y me dijo : No Patty, esto no es magia, es medicina.
No había cumplido el mes de embarazo y a este bebé ya lo llamábamos el sobreviviente.
Y pensar lo que hubiera sucedido de seguir las indicaciones del ecógrafo, pensar que hubiera sido de esta wawa de no haber tenido la oportunidad, unos años atrás, de conocer Leoni , una mujer conectada con las mujeres y creyente de la conexión que todos tenemos con nuestro cuerpo, como parte de una sola naturaleza que lo envuelve todo.

Y así pasaron 8 meses, de un embarazo sano, bien monitoriado, y de un bebe que crecía día con día dentro mío, lleno de vida. No había nacido aún y ya tenía historia para contar. Y en esa historia, estas tu Leo, indescriptible. Y digo indescriptible, pues llevo varios párrafos que escribo y luego borro, donde trato de expresar lo que significaste tu en este proceso y si pues, hay cosas en esta vida que no se pueden describir con palabras. Esta en es una.

Llegó la noche en la que, de pronto, se me rompió la fuente. Piero llamó a Leoni y con mucha calma nos encontramos en el Valle Sagrado, donde habíamos decidido que nazca Nahuel.
Pasó la mañana y la tarde, llegó nuevamente la noche y ahí estábamos todos, Leoni, Marlis, su asistente y gran amiga mía, Piero, Nahuel, al que lo preparábamos para salir, y yo.
Yo no tenía contracciones así que empezamos con los baños de asiento y con unos mates bien cargados de mil hierbas. Con linda música y mucho amor. Para mí este era un proceso conocido, pues fue de esta misma forma que Leoni indujo el parto de Lucio un par de años antes, a los ocho meses de embarazo.
Pero a diferencia de esta vez, no había nada que provocara un trabajo de parto y el tiempo se acortaba.
Los latidos de Nahuel estaban monitoriados constantemente y a las cinco de la mañana partimos a Cusco. Apenas llegamos a la clínica, estaba Veny, la ginecóloca con quien Leo trabaja conjuntamente en algunos casos, y fue ella quien me terminó practicando una cesárea con Leoni al lado, juntas en el quirófano. Un gran equipo.
Que pasaba? Cuando me operaron se dieron cuenta de que mi placenta se estaba desprendiendo, lo cual es sumamente grave, por no decir mortal.
Ahora, que ya pasaron casi tres años de este parto, ahora que lo escribo y cada vez que lo hablo, puedo seguir sintiendo la sensación de no haberme sentido jamás en peligro, al contrario, recuerdo lo confortante que fue sentirme en las mejores manos. En unas manos capaces de traer a un niño al mundo en las mismas condiciones con la que la mayoría de la humanidad vino al mundo, y a la vez, una mujer capaz de saber hasta que punto te puede ayudar a vivir esta experiencia increíble y hasta que punto no, y dado el caso, tomar lo positivo de otras medicinas, para proteger la vida.
Mil gracias mi Leo !

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